¿Qué nos ha llevado a dejar de creer en las instituciones, en particular en los partidos políticos?

La respuesta, sin duda alguna, es polifacética. Pero un análisis a conciencia me permite identificar una de sus causas principales. Los vicios propios de la condición humana, que tanto militantes como dirigentes exhiben en su conducta política, nublan su juicio y prevalecen sobre su mejor razonamiento.

La evolución democrática de nuestro país ha dado lugar a una constante alternancia que en ocasiones ha resultado traumática para actores políticos, y por consecuencia, para las instituciones que los agremian.

La pérdida del respaldo popular reflejada en la consecuente derrota electoral puede devastar a quien no está preparado para enfrentar su desconexión con la sociedad. Ante este escenario, la ambición puede dar lugar a ingenuas suposiciones, como el creer que cualquier oportunidad de participar bajo el amparo de la institución que ofreció su impulso es garantía de un regreso exitoso a la palestra política.
Ignorar que en estos tiempos aspirar a una representación popular sin la aceptación plena del electorado es construir castillos en el aire. Minimizar la importancia de contar con un perfil honesto, respetable e intachable y en su lugar apelar al compadrazgo o pertenencia de grupo es emprender una odisea condenada al fracaso.
Cuando el ego y el interés personal son los pilares del deseo de la participación política, de manera inevitable surgen la difamación, intolerancia y comportamiento regresivo como recursos de lucha. Y esto, la ciudadanía lo percibe, sabe que los participantes ante las pocas posibilidades de ganar buscan solamente tener la oportunidad de un ingreso y poder político, olvidándose de la verdadera competencia política.

Como seres humanos, todos tenemos cualidades y defectos. Asumir con humildad nuestras limitaciones y transmitir con honestidad la percepción de las virtudes que consideramos pueden servir a nuestra comunidad deben surgir de un acto de auténtica reflexión. Es fundamental dejar atrás simulaciones y posturas falsas que generan desconfianza.
Quien pretenda ganar la confianza del pueblo debe reconocer los errores propios, evitar apresuradamente señalar terceros responsables y buscar auténticas soluciones a los problemas que afectan a nuestra sociedad. Debemos encontrar, con el apoyo de la sociedad, nuevas soluciones a los complejos retos que tenemos por delante.
Transcribo el pensamiento de Pablo Neruda que transmite fielmente la esencia de la reflexión a la que invito.
“No culpes a nadie”
“Nunca te quejes de nadie, ni de nada, Porque fundamentalmente tú has hecho lo que querías en tu vida.
Acepta la dificultad de edificarte a ti mismo y el valor de empezar corrigiéndote.
El triunfo del verdadero hombre surge de las cenizas de su error.

No te amargues de tu propio fracaso ni se lo cargues a otro, acéptate ahora o seguirás justificándote como un niño.
No olvides que la causa de tu presente es tu pasado, así como la causa de tu futuro será tu presente.
Aprende de los audaces, de los fuertes, de quien no acepta situaciones, de quien vivirá a pesar de todo.
Piensa menos en tus problemas y más en tu trabajo y tus problemas sin eliminarlos morirán.

Aprende a nacer desde el dolor y a ser más grande que el más grande de los obstáculos
Mírate en el espejo de ti mismo y serás libre y fuerte, y dejará de ser un títere de las circunstancias, porque tú mismo eres tu destino levántate y mira el sol por las mañanas y respira la luz del amanecer.

Nunca pienses en la suerte, porque la suerte es el pretexto de los fracasados.”

Saludos